Sembrar como camino hacia la compasión
por Frances Loé Fuentes Ortiz
Algo en nosotros está arraigado a la tierra. En ese instante en que las manos se hunden con presencia en el suelo, ocurre algo más que una acción: sucede un encuentro. Un despertar. Una afirmación poderosa de que, al tocar la tierra, también somos tocados.
Desde niña me crié entre montes y veredas, con la matriz de una familia de agricultores que cambiaron la faena de la finca por libros y porvenir. Un porvenir que, en Puerto Rico, le dio la espalda a la tierra. Se abandonó el modelo agrario como si fuera una estampa de pobreza, sin ver que allí vivía también una sabiduría de siglos. Como país, nos alejamos de ella. Se le arrancaron frutos sin agradecimiento. Se soñaron futuros sin tomarla en cuenta.
Pero la tierra siempre espera. Y es generosa por naturaleza.
En mí, esa semilla quedó dormida. Bastó un poco de luz, de suelo, de agua… y volvió a germinar. Al volver a sembrar, algo en mí también echó raíces. Como si el cuerpo recordara que está hecho del mismo mineral que cuida. Y es que el regreso ocurre, casi siempre, como una búsqueda de algo que nunca debimos dejar: una vuelta al centro en medio del quebranto.
Sembrar me enseñó que el alimento no está dado. Es fruto de un proceso vivo, hecho de intención, cuidado y espera. En esa entrega lenta se despierta una sensibilidad distinta: la paciencia se vuelve lenguaje, la contemplación, un lugar donde quedarse. El amor toma forma en lo cotidiano.
Y en esa inmersión, aparece el asombro. Estás ahí, testigo de algo que no controlas del todo: una semilla que abre paso, una hoja que busca la luz, una raíz que avanza en la oscuridad como si supiera a dónde va.
Sembrar es compasión encarnada.
La tierra es maestra.
Nos recuerda lo esencial: confiar en los ritmos que no controlamos, nutrir sin poseer, esperar con ternura lo que aún no llega. La tierra enseña sin prisa, pero nunca en vano. Guarda en su silencio la sabiduría ancestral de la semilla, moldeada durante siglos para seguir dando vida.
Habitar el mundo desde esta conciencia lo cambia todo. Algo dentro despierta de la ilusión moderna que ha querido hacernos creer que podemos estar bien sin conectar nuestras raíces a la tierra. Cultivar transformó mi manera de comer, sí, pero también mi manera de estar. Me mostró que no hace falta violencia para alimentarse. Que existen otras formas de sostener la vida: más cuidadosas, más justas, más presentes.
Así entendí el veganismo no como una restricción, sino como una consecuencia natural de haber tocado la tierra con amor. Como una reconciliación con los ritmos de la vida. Como una forma de habitar el mundo desde una ética del cuidado, no del consumo.
Como decía mi abuela: la tierra no se queda con nada. Y es cierto. En su abundancia, devuelve lo sembrado como quien devuelve un acto de compasión. En el acto de cultivar descubrí no solo alimento, sino refugio. Una verdad sencilla y profunda: lo que cuidas, te cuida.
El pan nuestro. Ramón Frade León. 1905.
Sobre Frances
Frances es trabajadora social, educadora comunitaria y facilitadora de procesos de transformación colectiva. Con más de 15 años de experiencia liderando proyectos de justicia social en Puerto Rico, integra enfoques de salud pública y prácticas integrales y complementarias como el yoga, el mindfulness y la agroecología. Vegana por una ética del cuidado, cultiva la compasión hacia la tierra y la vida en todas sus formas. Acompaña procesos de prevención, cuidado comunitario y resiliencia desde una mirada crítica y compasiva.